La obesidad es el primer factor de riesgo modificable que predispone para el desarrollo de otras patologías crónicas o incluso, algunos tipos de cáncer.
Esta enfermedad es un problema mundial que cada año ve aumentada la cifra de personas que la padecen, incluyendo a un amplio número de niños y niñas. Por ello, aumenta la necesidad de concienciar a toda la población sobre este peligro desde todos los ámbitos comunitarios:
- Desde la familia: favoreciendo hábitos de vida saludables a través del ejercicio físico y la alimentación equilibrada fundamentalmente.
- Desde la escuela: promoviendo un entorno sano que promueva evitar el consumo de productos ricos en grasas y azúcares y potencie la rutina de la actividad física diaria.
- Desde el trabajo: implantar las pautas activas en aquellos puestos más sedentarios y espacios adaptados para las comidas que eviten la oferta de productos ultraprocesados.
- Desde la comunidad: impulsando la creación de espacios saludables que favorezcan la actividad física y el deporte.
- Desde la atención primaria: realizando campañas de sensibilización y prevención y detectando las situaciones de riesgo para llevar a cabo una intervención o derivación a los profesionales específicos en el tratamiento de la obesidad.
Algunas pautas para prevenir la obesidad deben comenzar desde la infancia cuándo comienzan a interiorizarse los hábitos y rutinas para una vida sana:
- Establecer un horario regular de comidas evitando comer bajo el uso de pantallas.
- Incentivar el consumo diario de agua no cambiando esta bebida por otras azucaradas.
- Aumentar el consumo de frutas y verduras al día.
- Evitar o limitar al máximo el azúcar, los dulces, las gominolas o aquellos alimentos ricos en grasas saturadas.
- Estimular el ejercicio físico al aire libre alejado de las pantallas.
- Consumir lácteos descremados como leche, yogurt o queso a partir de los dos años de vida.
- Promover la recarga de energía a través del descanso y sueño de 7 a 8 horas diarias.